Reconstruir el tejido social, dañado por tantas circunstancias adversas padecidas durante años, solo es posible si podemos expresar concretamente la enorme generosidad que vive inscrita en el ADN de los venezolanos. Parece que no, y es paradójico; pero, es sabido, y tenido como ejemplo, que ante la necesidad somos inigualables. Acudimos en masa allí donde nos necesitan y atendemos problemas incluso cuando no sabemos como hacerlo. Es una naturaleza, una forma de hacer las cosas que tiene mucho que ver con la palmada en la espalda que tan rápidamente prodigamos al amigo (que, en el caso de los venezolanos, amigo es cualquier persona medianamente amable que nos encara en el día).
Tenemos una palabra que posiblemente
nadie más use para nombrar esa costumbre de ser generosos. Decimos que “somos
desprendidos”; es decir, que nos cuesta poco entregar a quien necesite, alguna
cosa que nosotros por algunos meses hemos dejado de usar y que de inmediato
ponemos en el cajón de lo irrecuperable. Dicen los anglosajones que la
basura de uno es el tesoro del otro” y quizás sea cierto; lo que ocurre es que,
para los venezolanos, no hay basura: hay cosas que dejamos de usar o necesitar,
pero, no son basura. Son útiles para alguien más.
Esa es la esencia de nuestra
generosidad. Por eso, acudimos allá donde somos necesarios, compartimos una
comida con el vecino, aunque poco sepamos quién es y regalamos a alguien
aquello que ya no es útil para nosotros. Es una norma de vida, es una
característica de este gentilicio atropellado e hiperbólico, de la que nosotros
podemos dar muy buena cuenta.
No es secreto para nadie que el
precio de los libros se ha tornado inalcanzable. Si tuviéramos que comprar
todos los libros que necesitamos para llenar las alforjas y ofrecer permanente
lectura de calidad a nuestros niños, seguramente no podríamos hacer nada más:
ni siquiera visitarlos para que los disfruten. Es por eso que, permanentemente,
buscamos soluciones al problema de la reposición de libros.
Y es por eso, también, que lo que más
nos alegra es recibir donaciones de libros. Tal vez, lo que mas agradecemos,
sobre todo si se trata de libros destinados a niños y adolescentes, en buen
estado, suficientemente formativos y bonitos. Eso nos hace felices.
Esa felicidad fue la que expresamos
recientemente en dos distintas ocasiones: la profesora Andrea Carter, quien
reside en El Valle y ha conocido de primera mano nuestras actividades en el
sector La Vergara Alta, se nos acercó para obsequiarnos una hermosa colección
de textos escolares y libros de ficción que son esos libros para niños que conocemos
“de toda la vida”. Solo que, en sus manos, estaban impecables, aunque mucho han
sido usados. Cosas maravillosas de educadores conscientes.
Nosotros celebramos esas muestras de
generosidad, además de agradecerlas, porque nos hace ver, día a día, que este
país golpeado, se reconstruye de a poquito en cada mano amiga de sus
habitantes. Eso nos anima a seguir galopando.
¡Gracias!