Desde 2010 existe en Venezuela el proyecto 'Bibliomulas' de Cisv, coordinado por un bresciano, contra la pobreza educativa.
En los Andes venezolanos, a una altitud de hasta 2.700 metros, Pinocho se encuentra con la Llorona, la mujer fantasma de las leyendas sudamericanas; y los niños tiemblan de miedo, pero también vibran de alegría porque es el día de la lectura, de la creatividad e incluso del paseo en mula. Es ella, el animal que utilizan los campesinos para trabajar y desplazarse, quien una vez a la semana lleva libros a siete aldeas remotas y una vez al mes a una nueva. Porque todos la quieren, con su alforja de tela llena de libros, cuarenta para ser exactos, de la biblioteca con 650 en la sede de Mérida. De ahí nació en 2010 el proyecto "Bibliomulas", coordinado por el bresciano Ignazio Pollini, originario de Salò, que llegó a Venezuela de joven, en 1987, para hacer el servicio civil y desde 2008 es la persona de contacto en el mismo país de Cisv (Comunità Impegno Servizio Volontario), una ONG de cooperación internacional de Turín.
Y de nuevo desde Mérida, cada semana, el grupo formado por
la mula, el 'bibliomulero' que la cuida y el promotor de lectura que ofrecerá a
los niños-niñas (de entre cuatro y catorce años) el esperado y probado
programa: lectura teatralizada con disfraces y marionetas, debate con
posibilidad de inventar finales alternativos para las historias escuchadas,
dibujo (también en el suelo con tisas, donde no hay aulas ni pupitres), lectura
libre para los que puedan, juegos (con predilección por el tradicional juego
del trompo), merienda una vez al mes y siempre un gran final en la mula,
humilde y superestrella.
La situación
Cada semana se involucran 170 niños: la mitad de ellos no
van a la escuela y nunca lo harán, pero incluso los afortunados que tienen la
oportunidad de aprender a leer y escribir sufren la pobreza educativa derivada
de la "compleja crisis humanitaria" que, en palabras de la ONU,
atraviesa el país: los profesores, que cobran cinco dólares al mes, se ven
obligados a reducir el tiempo que dedican a la enseñanza para ganarse la vida
en otra parte. "No podemos ni queremos ocupar el lugar de la
escuela", explica Pollini, en estos días en Brescia (y el pasado martes en
“Teletutto Racconta”), "y de hecho el objetivo no es enseñar a leer y
escribir, sino poner libros a disposición de los niños, que en esas partes son
verdaderos artículos de lujo; y al mismo tiempo darles la oportunidad de
divertirse, comunicarse, ser creativos". Ellos, los “jovencitos usuarios
del servicio", responden con un entusiasmo que, incluso desde la
distancia, hace brillar los ojos de Ignazio.
Emociones. ¿Cuáles son sus títulos favoritos entre Pinocho y
Caperucita Roja, los cuentos de Andersen y las leyendas venezolanas?
Es difícil decirlo", responde Pollini: "La acogida es siempre tan calurosa...". Claro que, de vez en cuando, alguien se enamora de un libro, quiere llevárselo a casa, donde nunca ha estado, e insiste, insiste... pero no se puede: los volúmenes que transporta la mula son de todos, y hay que ponerlos en camino una y otra vez.
Emociones y labores se entrecruzan en el proyecto
'Bibliomulas', que es uno de los ocho a través de los cuales CISV da respuesta
a la pobreza educativa y sanitaria en Venezuela, con un total de 46 personas
remuneradas y 11.000 beneficiarios (también hay tres hogares familiares, dos
proyectos de formación para mujeres y jóvenes, y dos programas de ayuda
sanitaria, uno de los cuales apoya a estudiantes de Medicina).
La mayor lucha, testimonia Ignacio, deteniéndose en
particular en "Bibliomulas", en la que trabajan ocho de ellos, es la
de la recaudación de fondos. El CISV se apoya en Cuore Amico Fraternità onlus
de Brescia y en la Fondazione Germano Chincherini de Salò: cualquiera que
quiera dar su apoyo puede dirigirse a estas organizaciones.