En estos tiempos de comunicación inmediata que tanto (y con tanta nostalgia) han sustituido las visitas de cartero y la emoción de comprar estampillas para echar una carta al correo, resulta maravilloso enseñar a las nuevas generaciones el sentido lúdico, casi mágico, que encierra el intercambio epistolar.
Alguna vez todos hemos pensado que lo digital no envejece:
las fotos que subimos a Instagram, por ejemplo, mantienen el brillo inalterable
del día en que fueron hechas, incluso diez años después de haberlas visto por
primera vez, las cartas que mantenemos en los archivos de la computadora siempre estarán a la distancia de un clic y (a menos que ocurra un desastre
tecnológico) permanecerán inalterables, protegidas por la seguridad de la nube.
Nunca una mancha o una gota de agua estropeará su contenido (mucho menos el
lagrimeo de una distancia insalvable).
Eso está muy bien; sin embargo, para muchos admiradores de lo
tradicional, nada sustituye la carta enviada y recibida “allende los mares”,
por eso, ha sido tan importante revivir la buena costumbre de enviar y recibir
cartas entre niños de comunidades tan distantes como EL CAUCHO en Mérida y
PUEGNAGO, en Italia.
Es justo lo que hemos hecho: gracias a que nuestras
comunidades cada vez trabajan en mayor cercanía, una nueva idea ha surgido: el
intercambio epistolar entre jóvenes provenientes de comunidades atendidas por
Bibliomulas y alumnos de la escuela primaria de PUEGNAGO. El resultado: una
interesante conversación libre en la que se relatan incidentes de su vida en
cada región, destacando como son los pueblos que habitan y la escuela a la que
asisten.
La verdad, un verdadero apoyo en la formación de personas que
saben y pueden comunicarse bien. Seguiremos apoyando estas iniciativas de
intercambio que, al final, lo mejor que tienen es acortar las distancias entre
nuestros pueblos amigos.