Entre Paramito, Lomas del Rosario y Piedras Blancas hay mucha cuesta de distancia, mucho cielo azul intenso, sol paramero y, algunos días, lluvia. Mucho potrero también y una naturaleza que se compara con pocas. Entre estas tres aldeas de la parroquia Jají y sus paisajes, tan o más bonitos que los que hacen de Mérida un estado inolvidable, se mueve una emoción que va mas allá de cualquier interés contable: la de un equipo de mujeres, promotoras de lectura, que han hecho suya la propuesta que Bibliomulas Mérida les hizo, para desarrollar el proyecto de impulso a la lectura que hace pocas semanas llegó a ese destino.
Parece poco tiempo; pero, una pequeña prueba de cómo van las cosas se encuentra, por ejemplo, en las horas de camino y el esfuerzo de estas
señoras para quienes leer solo necesita un libro y los ojos curiosos de un niño. Margarita lo sabe
muy bien.
Es una de las promotoras. Imbuida de interés después del
corto taller de inducción que recibió para echar a andar su labor y, en consonancia con los planteamientos que
adelanta Cooperativa Caribana como patrocinadores del proyecto Bibliomulas, que nació en la Universidad Valle de Momboy;
Margarita siente que ha descubierto un mundo.
Uno que comienza a primera hora de la mañana, alcanzando las comunidades desperdigadas por
la vasta geografía que cubren las aldeas en que se está desarrollando la idea
de llevar lectura a las familias que allí viven, después de que las medidas de bioseguridad
existentes, previnieran a los niños de la zona de asistir a sus escuelas,
planteando el problema de reinventar modelos de enseñanza acordes con
comunidades en las que la educación a distancia es imposible, debido a los
continuos y prolongados cortes de energía eléctrica, y a la falta absoluta de posibilidades de
conexión a internet o de contar con dispositivos electrónicos.
Margarita ha tenido que arreglárselas, como se suele decir por allí; y la verdad, es que se las ha arreglado muy bien. Por cuenta propia decidió acercarse a las comunidades. Ha sido providencial, pues en el camino ha descubierto las profundidades de una necesidad que ni siquiera ella, una mujer acostumbrada a la curiosidad intelectual, podía suponer. Es el caso, por ejemplo, de la familia Albornoz.
Compuesta por 5 niños menores de 12 años, entre los que se
cuenta uno en situación de discapacidad severa, la abuela de
muy avanzada edad (es en realidad la bisabuela de los niños) y padres que
trabajan en el campo, por lo que están
fuera todo el día; la familia Albornoz
ha tenido poca o ninguna posibilidad de recibir escolarización, sobre todo
porque la pobreza no se los ha permitido.
Los niños de esa familia no pueden permitirse un par de alpargatas para
ir hasta la escuela; mucho menos, útiles
escolares e incluso alguna ropa relativamente “decorosa” para salir de casa
todos los días. Se visten, por supuesto; pero, con ropas que no aguantan el escrutinio de la
vida escolar.
Ha sido la gran prueba de Margarita y su gran empresa personal al mismo tiempo. Si es por leer, ella ha puesto a leer hasta a la anciana abuela, quien además saca provecho de la oportunidad para contar sus historias de tiempos demasiado remotos para que existan en la memoria de alguien.
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“Yo me les acerqué y les hice una
dramatización de un cuento, y ellos quedaron felices, después les entregué
algunos libros para que los vieran y eso terminó de conquistarlos” - dice con los ojos iluminados la entusiasta
mujer.
Es una de las muchas historias que estamos ayudando a crear
en este pueblo situado a 34 kilómetros al noroeste de la capital del estado Mérida, que ahora acoge
entre sus muchas bondades nuestro trabajo de promoción lectora.
Margarita visita a la familia Albornoz todos los días y está
segura de haber logrado avances, está programando una estrategia para
escolarizar a los niños y mientras eso ocurre, no ha perdido la oportunidad de ir
enseñándoles lo básico. Ha logrado hacerlos leer y ha recibido el más hermoso
de todos los premios, en esa casa que se pone de fiesta cada día con su visita:
el hermano que vive en condiciones especiales, ha despertado a su estimulo y
ahora participa - a su ritmo y a su tiempo - de las sesiones de lectura que
ella ha planificado para que participe toda la familia al mismo tiempo.
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“Usted me pone a escoger mejor regalo
y le juro que no existe…si usted pudiera ver la sonrisa de ese niño enfermo
cada vez que empezamos a trabajar…eso es mucha emoción para una” sentencia con una sonrisa que
ruboriza su cara y encoge el corazón de los que escuchan.
Porque es verdad, no hay mejor recompensa cuando se
contribuye con el país que uno sueña.
Nota: los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de los protagonistas.