Proyecto Bibliomulas: Re-crear vivencias lectoras para con-mover mediadores de lectura en Mérida-Venezuela

Reproducimos a continuación, el artículo escrito por la Doctora Emilia Márquez Montes, docente asociada al proyecto Bibliomulas desde sus in...

miércoles, 7 de julio de 2021

El nombre es CANELA

Todos recordamos con tristeza la noticia: Morichala no estaba en su lugar de descanso. Todos también,  las primeras especulaciones y la preocupación inicial. Nos tomó un buen tiempo entender que la habíamos perdido; mucho más, aceptar, como dijo hace poco un consecuente amigo, que “perdido” significaba también “extrañas circunstancias” un mote que se le antepone a todo evento desagradable que nos descalabra sin justificación.

Así había sido: Morichala desapareció en extrañas circunstancias y, por mucho que especulemos, denunciemos o investiguemos, estamos casi seguros que nunca sabremos, en realidad lo que ocurrió con ella. Cierto que eso nos deja una “espinita”;  pero,  no menos cierto es que estuvimos seguros siempre, cuando empezó a ser una realidad que Morichala no regresaría, que eso no detendría a Bibliomula.

No la detuvo ni por un día. No porque podamos ser capaces de desarrollar nuestro proyecto sin el auxilio de una mula, sino porque tenemos un compromiso importante con las comunidades que nos han abierto sus puertas,  convirtiéndonos en parte de ellos. Tampoco porque queramos ser sustituto de un proceso educativo que tiene, forzosamente, que equiparar su calidad a la de países desarrollados, para formar hombres y mujeres a quienes les sea fácil incorporarse al complicado mundo de las competencias laborales del siglo XXI. No.

Lo hacemos porque queremos ser una alternativa que se quede para siempre en el mejor recuerdo de niños que, todavía, están muy por detrás en la escalera de los beneficios de la educación inicial. Lo decimos con la carga romántica que eso implica: queremos llegar a donde no llega ni siquiera la señal de un teléfono celular y  hay un chico o una chica que desea leer un libro.  Queremos hacerlo de manera significativa. No competimos con Internet,  ni nos vemos como el atraso necesario en un mundo que manda misiones espaciales a Marte.

Nosotros nos vemos como lo que somos: una alforja llena de libros a disposición de niños que no tienen otro recurso para empezar a descubrir el mundo. Una alforja transportada a lomo de mula (de bestia, dicen por estos páramos andinos) De ahí el empeño en recuperar nuestra esencia con rapidez.

Tal vez no sea necesario explicarlo tanto. Embarcarnos, en estos tiempos de tanta dificultad, en la consecución de una nueva mula, implicó un esfuerzo al que hay que sumarle los esfuerzos propios de nuestra cotidianidad: la puesta en marcha de la Ludoteca, la atención a los proyectos que desarrollamos en Jají, la visita a las comunidades más cercanas (que debieron ser replanteadas ante la desaparición de nuestro “vehículo”) y la atención a los asuntos propios del día a día, hicieron complicada la búsqueda de la mula. Y siempre, como siempre, estaba el asunto económico. Una mula es más cara que una motocicleta. Es más, tal como están las cosas en el país, posiblemente con el dinero que se paga por una mula podría conseguirse un modesto automóvil en buen estado.

Pero, Bibliomula se llama así, porque va en mula. De modo que era imposible renunciar a ella. Hemos hablado ya de la campaña de recolección de fondos y de otras diligencias hechas (aunque nunca se desaprovecha una buena oportunidad para volver a agradecer el cariño y esta lo es) que tenían como destino completar nuestro nombre, hasta que en Mucuchachí encontramos las patas que le faltaban a la organización.

La única forma legal de obtener una mula es pagando por ella, a menos que usted se dedique a cultivarlas y criarlas. Una mula es un muy preciado animal de trabajo, sobretodo en estos tiempos – y nuestros campesinos lo tienen muy claro. De modo que una mula no se puede adoptar, no se puede encontrar, no se puede obtener de otro modo distinto a la cría o la compra y nosotros, todavía, no hemos decidido dedicarnos a la crianza de mulas. De modo que pagamos lo que había que pagar y con todo el elaborado trámite burocrático (que muy olímpicamente se saltaron quienes se llevaron a Morichala) nosotros nos hicimos de una bonita, flaca y entrenada mula proveniente de los pueblos del Sur, territorio en el que la mula manda.

Hace pocas semanas la tenemos y,  por supuesto, el primer dilema que se nos presentó fue ponerle un nombre. Decidimos hacer un concurso después que los niños de las comunidades beneficiarias eligieron una buena lista ante la que nunca lograron ponerse de acuerdo.


Esa lista entonces, se sometió
  a la votación de los miembros de nuestra comunidad virtual de amigos. Aquí hacemos un alto para pecar de inmodestos: el 28% de esa comunidad respondió al llamado, eso es mucho. Difícilmente una cuenta institucional que no tiene un factor de emoción relacionado con los medios masivos, alcanza esos resultados.

De ahí salió CANELA, el nombre escogido por nuestros amigos virtuales.

El jueves pasado, en un bonito encuentro en la sede de la Fundación Don Bosco la presentamos formalmente y CANELA decidió dar muestra de su temperamento: no hubo poder humano que la trajera a la pasarela que le habíamos preparado,  como si fuera una reina. Ella prefirió seguir siendo una mula y a todos nos alcanzó el alivio de que vamos a llevarnos muy bien.

Ya, por esos montes de Dios, anda CANELA cargada de libros y… colorín colorado, este cuento apenas ha comenzado.