Usualmente, puestos ante el reto de responder ¿a quién le toca enseñar a leer? apelamos a la reflexión más convencional: se trata de un asunto que compete exclusivamente a la escuela. Son los maestros en el aula escolar quienes deben ocuparse de “hacer leer” a los muchachos.
En realidad, la anterior es una más de las muchas
concepciones erradas que tenemos los adultos acerca de la educación de nuestros
hijos. La promoción de la lectura solo es posible desde la experiencia del
adulto lector: padres, hermanos mayores, amigos, vecinos y maestros transmiten
el universo maravilloso que produce la emoción de leer. Es una tarea
fundamental porque, como hemos dicho muchas veces, leer ayuda a crear adultos
sanos, aptos para desarrollar grandes capacidades de comprensión y mejor
preparados para la vida.
Un reciente estudio llevado a cabo en la Universidad de
Loyola en EEUU comprobó que los jóvenes con buen historial como lectores
formado desde temprana edad, escogían mucho más rápido sus especializaciones a
la hora de ir a la universidad y obtenían mejores calificaciones graduándose en
tiempos mucho más cortos.
Enseñar a leer es una tarea compartida. Un niño que crece en un ambiente en el que se privilegia la lectura y el conocimiento, tiene más posibilidades de adquirir gusto por la lectura, interesarse por las ramas del saber y crear sus propias dinámicas de aprendizaje y disfrute de la experiencia académica. Aun así, es perfectamente posible obtener esa misma respuesta en niños y jóvenes que no están expresamente expuestos a ambientes con rigor académico y acercamiento al aprendizaje.
Se trata solo de tener interés en despertar en el niño y el joven su natural curiosidad. Esto es una ventaja favorecedora. Mientras más joven es el alumno, más interesado estará en descubrir y aprender cosas nuevas; ese es el gran momento para hacerlo interesarse por el placer de leer. Simplemente, hay que ponerle atención y hacérselo fácil, pues debe ser una tarea en la que exista un proyecto común.
Nunca permita que su hijo o su alumno, reciba algún tipo de
reprimenda por dedicarle tiempo a la lectura; antes bien, estimule la duración de
ese tiempo, de ser posible mediante
pequeñas recompensas encubiertas. Si su hijo tiene que escoger entre lavar los
platos de la cena y leer a Harry Potter, las probabilidades de que escoja lo
segundo son altísimas. Deje que lo haga.
Ponga en manos de sus hijos libros divertidos, apropiados
para sus edades, cercanos a sus temperamentos, fáciles de leer. Haga lo posible
porque el mismo tipo de libros estén disponibles en la escuela. Incorpórese a las
escuelas como voluntario de la biblioteca y ayude a mejorar el inventario de
libros disponibles mediante la obtención de donaciones, por ejemplo, y haga que
sus hijos lo sepan y se sientan orgullosos de su trabajo.
La lista de “trucos” que puede un padre y un maestro poner en
práctica para ayudar a su hijo a convertirse en mejor lector es bastante larga.
Nosotros en Bibliomulas estamos empeñados en darlo todo para impulsar y apoyar
planes de promoción lectora en nuestros niños y jóvenes y nos estamos
preparando con entusiasmo para ponerlos a funcionar una vez que podamos
regresar al aula de clases o al patio del recreo, porque estamos completamente
seguros que ninguna ocasión es mejor que otra para leer. La oportunidad la
creamos todos juntos.